Me fascina la gente que sigue con la misma intensidad un debate parlamentario del Congreso de los Diputados que un partido de fútbol, una telenovela turca, un reality show o el Festival de Eurovisión. Aunque no sé de qué me sorprendo, si al fin y al cabo tiene todos los ingredientes de todo buen espectáculo: héroes y villanos, intriga, mentiras, ruido y postureo, mucho postureo. Yo sigo estas batallas dialécticas con el mismo entusiasmo con el que hago la declaración de la renta. Ninguno. Y no es porque no me interese el futuro de mi país ni porque me dé igual dónde vaya a parar el dinero de mis impuestos. Es porque a estas alturas de la vida me cuesta confiar en una clase política en demasiadas ocasiones carente del más mínimo sentido de la empatía y la responsabilidad pública. De hecho, para muchos la meta es únicamente el beneficio personal. Los plenos de la cámara baja son un buen reflejo de esta situación.
Recientemente, la presidenta del parlamento, Meritxell Batet, se puso seria para reprender a sus señorías tras el lamentable episodio en el que el diputado de Vox José María Sánchez llamó “bruja” y “borracha” a la socialista Laura Berja. “Yo me pregunto, y me imagino que ustedes también lo hacen a menudo, si somos conscientes de lo que proyectamos hacia afuera, de los que estamos trasladando, especialmente a las nuevas generaciones que escuchan los debates parlamentarios, que escuchan a los políticos y la voz de la democracia en España”, dijo Batet. Yo le respondo: No son conscientes. Los jóvenes, y no tan jóvenes, están hartos del circo en el que se ha convertido la política. Los partidos, todos, están completamente desconectados de los problemas reales de la sociedad, porque estar cerca de la ciudadanía no significa tuitear con frecuencia, buscar el chascarrillo fácil o insultar al adversario para conseguir atención mediática.
Estar cerca de la ciudadanía es otra cosa. Es poner el interés colectivo por delante del particular. Es debatir para llegar a consensos de los que nos podemos beneficiar todos. Es demostrar altura de miras. Son tantas cosas de las que no veo ni rastro… Por eso prefiero entretenerme con otros espectáculos en los que los héroes y villanos, la intriga, las mentiras, el ruido y el postureo no jueguen con cuestiones tan serias como el pan, la educación, el medio ambiente o la sanidad. Espectáculos en los que los aplausos, aunque a veces den tanta vergüenza ajena como los que se escuchan en el Congreso, no te provocan ganas de hacerte ermitaño y largarte lejos, muy muy lejos.
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