No sé qué tienen los primeros días del verano, pero consiguen inyectarme dosis suficientes de optimismo y entusiasmo para transitar estas semanas de calor intenso con una relativa ilusión.
Será porque los rayos del sol, que a veces nos visita con excesivas muestras de afecto, incide en nuestros cuerpos proporcionándonos lo que necesitamos para mejorar nuestra actitud ante la vida.
Porque el astro rey, además de ayudarnos a disminuir la presión arterial y fortalecer nuestros huesos, músculos y sistema inmunológico, facilita la liberación de la serotonina, hormona responsable del estado de ánimo, el sueño, el aprendizaje, la memoria, la digestión...
No sé si será por eso, pero el caso es que en verano todo es distinto y casi todo parece posible, especialmente al principio. Es una especie de reinicio, más que enero, incluso que septiembre.
La luz de estos meses es un soplo de energía, necesaria de vez en cuando para reactivar proyectos, reordenar prioridades y reconocer lo bueno que tenemos.
Es momento de descansar, divertirse, aprovechar el tiempo libre para recuperar lecturas pendientes, disfrutar de charlas un poco más pausadas con gente cercana y desconectar en la naturaleza o la playa.
Estos primeros días de verano se experimenta una extraña versión de la felicidad, esa que sentimos, sobre todo, por las expectativas. Es una emoción ciertamente reconfortante.
Luego se me avería el coche por enésima vez en lo que va de año y se me pasa.
Feliz estío.
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